sábado, 28 de junio de 2014

AUTORES DE LA CRÓNICA VIDA Y MUERTE DE PABLO ESCOBAR





SANTOS MARIA ARDILA ARDILA
ARELIS GORDON MONTAÑEZ
BETSABE BARRETO CASTRO
MARIA NANCY CARREÑO


COLEGIO SAN FRANCISCO DE SALES

PROFESOR. EDWIN A. MARCIALES


MUERTE DE PABLO ESCOBAR



No parecía un día de diciembre. El Sol no brillaba y en la tarde las nubes anunciaban agua. En los medios de comunicación las expectativas eran grandes, porque era un día después del cumpleaños 44 del jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, quien llevaba 498 días de haber escapado de la cárcel La Catedral, de Envigado.
Ese día, 2 de diciembre de 1993, parecían ir a la baja los homicidios en Medellín, por aquella época disparados por la guerra del cartel de Medellín y el grupo Perseguidos por Pablo Escolar, los Pepes, además del enfrentamiento entre milicias de la guerrilla y paramilitares. Hasta las 12 del día solo se había conocido un caso de un joven hallado muerto en el sector de San Diego, pero  esta víctima no llamó la atención del periodismo.
Al mediodía cambió el panorama, porque se conoció un caso ocurrido en un taller del barrio Guayabal, donde sicarios asesinaron a Gustavo Gaviria Restrepo, de 24 años, primo segundo de Pablo Escobar, hijo de su primo hermano, con quien inició sus fechorías a finales de los años 70, Gustavo Gaviria Rivero, muerto el 11 de agosto de 1990, en un allanamiento del Cuerpo Élite de la Policía a una casa del barrio Almería, occidente de Medellín.
Después de conocer esta noticia, pensé que algo de mayor impacto se veía venir para la ciudad, por el asedio del Bloque de Búsqueda contra el prófugo Pablo Escobar a quien le seguían sus comunicaciones por su cumpleaños.
 Cuando llegué a la redacción del noticiero de Caracol, empecé a buscar contactos para que me informaran detalles del asesinato del primo más apreciado de Pablo Escobar y las consecuencias que el hecho podría traer por la respuesta violenta del golpeado Cartel de Medellín, que aún conservaba algunos sicarios.
A las 2:30 p.m. una balacera muy nutrida, pero breve, no duró más de un minuto, fue la respuesta a mi intuición de periodista de orden público.
Por la contundencia de las detonaciones indicaban que no era un tiroteo cualquiera el que había ocurrido y, por eso, salí corriendo hacia la portería de la emisora, pidiendo, a los gritos, uno de los dos carros transmóviles asignados por la cadena a Medellín, desde los cuales, solo haciendo contacto con las repetidoras en los cerros tutelares de Medellín, podía tener comunicación con Bogotá e iniciar  cualquier transmisión nacional.
Para mi sorpresa, ninguno de los dos vehículos estaba en el lugar, porque uno estaba asignado a deportes y el otro lo usaban en una diligencia.
Entonces, pedí  un radio portátil, que eran de buena potencia y desde ellos me podía comunicar, incluso con la emisora básica en la capital del país, pero los técnicos me recordaron que estaban prohibidos los beeper y los walkii talkie. Mi única opción fue tomar una libreta, un lapicero y una grabadora de casetes y correr hacia donde consideré se originaron los disparos.
Con la ayuda de ciudadanos del sector llegué al sitio, la carrera 79 con la calle 45D, a unas cuatro cuadras hacia el norte de la emisora.
Para mi sorpresa, solo había un miembro de la Policía uniformado y estaba desviando el tráfico.
En un techo de una casa del vecindario varios hombres brincaban de la alegría, alrededor del cuerpo tendido de un hombre robusto, pero no pensé que fueran autoridad, porque estaban vestidos de civil, aunque sí tenían colgados en sus hombros los fusiles.
El policía me reconoció. Me dijo “usted es el periodista de Caracol, si quiere entre a ver los cadáveres, pero como usted es de radio, es mejor que coja un teléfono e infórme que matamos a Pablo Escobar”. Le dije que no podía decir eso porque no tenía pruebas, entonces el hombre se mandó la mano al pecho, me mostró su apellido, Muñoz (me lo grabé) y me dijo en voz alta, entonces diga, que “yo, un sargento la Policía le confirma que dimos de baja a Pablo Escobar, corra y dígalo antes de que le salgan a adelante”.
De inmediato, corrí hacia una de las entradas de la Plaza Satélite de la América, ubicada a una cuadra del lugar de los hechos, en busca de un teléfono público, hasta que en una legumbrería había uno color rojo. Por fortuna tenía en los bolsillos varias monedas de 5, 10 y 20 pesos para comunicarme. Sin embargo, el aparato se las tragó todas y no logré contactarme con la Voz de Antioquia que tenía cinco líneas con el mismo número y era mi única opción de divulgar la noticia. Todos estaban ocupados con señoras esperando a que en el programa “Pase la tarde” las dejaran hablar.
Angustiado le dije al comerciante que me cambiara billetes que necesitaba llamar a Caracol. El hombre, viendo mi desespero cogió el teléfono sacó todas las monedas y lo dejó sin cobro. “Llama hasta que se comunique”, me dijo. Así lo hice, pero el número de la básica seguía congestionado. Entonces opté por llamar al noticiero, contiguo a la cabina de la emisora, a ver si algún periodista me estaba relevando.
Me contestó un compañero quien no le dio crédito a mis palabras y pensó que era una broma. Entonces, le di el número del teléfono por sin me necesitaban para algo.
Más desilusionado aún volví a tratar de salir de la plaza a ver que seguía ocurriendo con el cadáver de Pablo, cuando escuché la voz del legumbrero que me llamó por mi nombre y me dijo que me devolviera rápido que era una llamada urgente la que había entrado.
Para mi sorpresa, cuando tomo el auricular, era la compañera Beatriz García, quien me dejó en contacto con el director de noticias de la cadena Darío Arismedi, quien ya estaba dando la información. Me empezó a interrogar sobre lo ocurrido.
No tuve tiempo de preparar nada. En ese momento tuve que expresar con palabras lo que había observado en el momento en que llegué al lugar de los hechos.
Contar que había un cadáver de un hombre robusto en un techo, descalzo y vestido con una camiseta color azul de bluyines,  y a su alrededor, desafiando la altura varios hombres de civil, que cuando vieron mi carné de periodista me hicieron con sus dedos la V de la victoria y que, emocionado, un suboficial de la Policía Metropolitana de Medellín me aseguraba que el muerto era Pablo Escobar Gaviria.

LA FAMILIA DE PABLO ESCOBAR EN LA ACTUALIDAD


Sebastián Marroquín Santos abre un diminuto clóset incrustado en la pared de su estudio. Sin más preámbulos me dice: "Aquí está todo". Desde el piso hasta el techo hay una pila de cajas y sobres de manila con fotografías familiares de todas las épocas con su papá: fotos en las que aparecen vigilantes y empleados montados en el lomo de los rinocerontes de la hacienda Nápoles, fotos de la primera comunión y de los diferentes cumpleaños de él y de su hermana Manuela -hoy Juana Marroquín Santos- en las que hay un fondo de cientos de personas con una copa en la mano, fotos en la que su papá le regala su primera moto cuando tenía doce años, fotos en las que aparecen políticos al lado de su mamá. Fotos de estudio donde su mamá posa con ropa de diseñador al lado de sus hijos y con un fondo de paredes blancas donde se vislumbran cuadros de Botero, Darío Morales y Dalí.
Hay -incluso- varias cajas de fotos en las que toda la familia trata de sonreír a pesar de estar encerrados y aterrados en una caleta después de la fuga de Escobar de la cárcel de la Catedral. En ese clóset, de 1 x 2 metros, se encuentra la memoria familiar del capo más grande de la historia de Colombia.
-Sufrimos mucho para recuperarlas -me dice Sebastián-. Mi papá tenía en cada caleta uno o más álbumes. Siempre quería estar con nosotros. Y siempre justificaba sus barbaridades diciendo que era por nosotros.
En las fotos siempre aparecen los cuatro, Victoria Eugenia Henao, hoy Isabel Santos, Pablo y sus dos hijos. El resto del mundo -su mundo- está de fondo. Además de ese museo portátil apilado en cajas, el apartamento de Sebastián y su esposa María Ángeles Sarmiento, la misma mujer con la que está desde hace veinte años, tiene varios portarretratos que se empeñan en mantener viva la presencia de Escobar. En las paredes de sus 50 metros cuadrados hay fotos de toda la familia y de Sebastián sentado en las piernas de su papá y un retrato amarillento del capo cuando hacía la primera comunión que -como una sombra permanente- cuelga de un nylon en el cuarto principal al lado de su mesa de noche .
En un rincón de la sala hay un televisor de plasma y una colección de videos de Escobar, entre ellos el documental Los pecados de mi padre, en ese lugar Sebastián se sienta todos los días a las 2.30 de la tarde para ver el noticiero. "Era una costumbre que tenía mi viejo. No importaba en la situación de peligro que estuviera. En las mañanas se leía todos los periódicos de Colombia. Al medio día y en la noche se sentaba a ver los noticieros. Jamás decía una palabra. Observaba, a veces apuntaba cosas y cuando terminaba el noticiero simplemente apagaba el televisor".
Esa monotonía, Escobar por todas partes, se rompe por la vista del hipódromo y los campos de polo de Palermo, que se ven desde un balcón en el que a duras penas cabe una persona, y por los cuadros que ha pintado María Ángeles en los últimos años.
-Empecé a pintar por terapia -dice Ángeles mientras acomoda uno de sus cuadros en la pared.
Ángeles y Sebastián se conocieron en 1989 en una fiesta de colegiales. Ella, en ese entonces, se llamaba Andrea Ochoa y era estudiante del colegio Santa María del Rosario en Medellín. Él tenía 13 años, y ella, 17. Se enamoraron. Ella se retorcía de rabia cuando la recogía en autos demasiado ostentosos. Le daba pena salir del colegio. A veces esperaba que todas sus compañeras se marcharan para subirse al carro. Lo regañaba y le pedía que no fuera tan loco. Sabía que era el hijo de Pablo Escobar, pero no le importaba. Juan Pablo, en ese momento, se consideraba el rey del mundo, tenía una colección de motocicletas -Enduros, Harley Davidson, Hondas-, se movilizaba en camionetas blindadas escoltado por un ejército de hombres al servicio de su padre. Con mover un dedo sus escoltas estaban listos a cumplir los deseos del hijo del "Patrón". "No me lo va a creer, pero cuando nos instalamos aquí en Buenos Aires, no sabía qué hacer con un menú en un restaurante, por lo general yo decía qué quería y los escoltas pedían y pagaban por mí".
En una ocasión, cuando su papá estaba preso, quería ir a una competencia de motocross, pero Pablo le pidió que no lo hiciera porque había un plan para secuestrarlo. Juan Pablo suplicó tanto (había llegado con su último boletín de notas para demostrar que se estaba portando bien), que su papá tomó un teléfono y empezó a llamar a cada una de las personas que estaba detrás del secuestro y le decía: "Mira, tal por cual, si a mi hijo le llega a pasar algo, le juro que su familia, sus hijos y toda su generación no tendrán un respiro en sus vidas... Así que ya saben cómo es la cosa conmigo".
En ese momento, cuando Escobar estaba en la cárcel, Juan Pablo y Ángeles tenían 15 y 19 años y decidieron irse a vivir juntos; Ángeles pasó a ser parte de la familia y cuando Escobar se fugó de la cárcel ella se convirtió en otra perseguida. Pablo Escobar no huía del Bloque de Búsqueda, de los Pepes y del Cartel de Cali con un ejército de sicarios de las comunas de Medellín: huía con su clan. Prefería estar cerca de ellos para protegerlos y tener la tranquilidad de que sus enemigos no iban a tocar a su familia. No quería que se repitiera la historia de la bomba del edificio Mónaco. Él no se encontraba en ese lugar en el momento de la explosión. El techo del cuarto principal se le vino encima a Juan Pablo y quedó aprisionado por una viga que su mamá todavía no sabe cómo le quitó de encima. Su hija Manuela se salvó de milagro. Ella estaba en la cuna y el ventanal del cuarto cayó adentro, partió el tetero por la mitad, pero a la pequeña no le pasó absolutamente nada.
Para mantenerse en movimiento con su familia, Escobar había diseñado un plan de escondites que estaban regados por toda la ciudad. Eran unas 15 casas, y en cada una de ellas sólo vivía una persona que hacía las veces de caletero. Ninguno se conocía con los otros. El único que sabía de la existencia de esas caletas era Escobar.

INICIOS DEL PATRÓN DEL MAL EN EL NARCOTRAFICO


Cómo era Pablo Escobar, el narcotraficante más temible del mundo

Todos los testimonios de quienes lo tuvieron como compañero en la escuela destacan su liderazgo y su capacidad para hacer negocios, que iban desde el armado de rifas hasta la venta de exámenes. No tuvo dificultades para terminar el bachillerato y estuvo a punto de hacer una carrera universitaria en la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín. Pero su avidez por el dinero rápido pudieron más.
No se puede entender a Escobar sin inscribirlo en el período histórico en el que vivió. "Hay que pensarlo en el marco de las circunstancias sociales que existían en la Medellín de los '70. Fue una época marcada por la caída de un modelo económico basado en la industria textil, lo que repercutió en el aumento del desempleo y el desplazamiento de la población rural a las ciudades", dice el criminólogo.
"Un montón de chicos se empezaron a asentar en la periferia de la ciudad, en zonas caracterizadas por la ausencia cualitativa y cuantitativa del Estado. En ese contexto se empezó a imponer el paradigma de que se podía hacer dinero fácil. Pero no sólo entre los sectores marginales, sino en toda la sociedad", agrega.
Escobar, que era hijo de un ganadero y de una maestra rural, estaba lejos de pertenecer a los sectores más postergados. Sin embargo, tejió una relación muy particular con ellos y desarrolló cierta identificación cuando, siendo joven, su familia comenzó a tener dificultades económicas.
DOCUMENTAL PABLO ESCOBAR EL TERROR DE COLOMBIA

"Su primera actividad criminal -continúa Antía- fue robar lápidas en los cementerios. Luego empezó a dedicarse al hurto de vehículos y autopartes".
Su habilidad para las relaciones sociales le permitió empezar a trabajar como asesino a sueldopara Alfredo Gómez López, conocido como El Padrino, que era uno de los mayores contrabandistas de Colombia. Esto le abrió nuevas puertas y le permitió ingresar al negocio de la droga a través del tráfico de marihuana a Estados Unidos.
Su conversión en el zar del narcotráfico
En la década del '70 comenzó a participar del tráfico internacional de cocaína, trayendo la coca desde Ecuador y Perú para luego procesarla y venderla a Estados Unidos. Hasta que en 1976 se asoció con otros narcos como Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder y los hermanos Ochoa, y fundó el Cartel de Medellín.
En muy poco tiempo, el grupo logró controlar el cultivo, el procesamiento de la coca, el transporte con camiones, aviones y pistas clandestinas, y el comercio del producto en Medellín, y desde ahí hacia Estados Unidos. Se estima que el cartel llegó a vender el 80% de la cocaína consumida allí.
"La gente suele decir que era muy inteligente -dice Antía-, pero no. Tenía una mentalidad perversa y lo que más llamaba la atención era la gran memoria que tenía. Podía recordar todas las rutas que tenía sobre el Caribe para llevar droga a Estados Unidos. También conocía perfectamente a todos sus pilotos, y la frecuencia con la que realizaban sus itinerarios".
Una de las claves en la consolidación de su imperio criminal fue su habilidad para manejar información. Para saber antes que nadie todo lo que acontecía en Medellín, Escobar fue construyendo una amplia red de informantes.
"Tenía un círculo de choferes de taxis, remises y colectivos que le reportaban desde las terminales de transporte quiénes llegaban a la ciudad y en qué hoteles se hospedaban. En muchos casos, los que venían de Cali (donde funcionaba el principal cartel rival) eran asesinados gracias a esa actividad de seguimiento que le permitían los choferes", cuenta Antía.
Otra muestra de la claridad que tenía para comprender cómo llevar adelante su empresa criminal es su relación con las drogas. Si bien algunos testimonios certifican que consumía marihuana, se sabe que era plenamente consciente de los efectos destructivos de la cocaína que vendía.
"Pudo haber utilizado algunas sustancias en su época de juventud , pero no tomaba drogas adictivas, solo las traficaba. Tenia claros los efectos que podía producir sobre él y sobre su familia. De hecho, tampoco permitía que se drogaran sus lugartenientes, que hacían fiestas y bebían, pero no podían consumir droga", cuenta el investigador.
Su ambición era tan grande que no sólo quería ser uno de los hombres más poderosos del país por el manejo de la economía ilegal, sino que además aspiraba a ser un recocido líder político. En un comienzo su estrategia dio resultado y llegó a ser electo diputado en 1982.
Pero las denuncias que comenzaron a hacer algunos periodistas, particularmente desde El Espectador, de sus vínculos con el narcotráfico desbarataron su plan y lo hicieron abandonar la carrera política. Escobar no perdonaría el daño causado a su imagen por el periódico y no dudaría en vengarse.
REPORTAJE: EL IMPERIO DEL TERROR 

El crecimiento irrefrenable de sus negocios con el narcotráfico durante toda la década del '80 le permitieron alcanzar la mayor fortuna del país, que según distintas estimaciones oscilaba entre los 8.000 y los 25.000 millones de dólares. Incluso llegó a ocupar un lugar en la revista Forbescomo el séptimo hombre más rico del mundo.El máximo emblema de la opulencia con la que vivía era la Hacienda Nápoles, una de las más grandes del país. Funcionaba como su hogar y como su centro de operaciones durante la mayor parte del año.Además de los lujos más extravagantes, la hacienda albergaba a más de 200 especies de animales exóticos, como hipopótamos, jirafas, elefantes, cebras y avestruces.
La consolidación de un imperio del terror
Escobar construyó su imperio a partir del terror. Cuando alguna persona, sin importar si era pública o privada, lo incomodaba o podía llegar a comprometerlo de alguna manera, no dudaba enmandarla a matar.Ese terror que infundía no era sólo para sus enemigos. Lo usaba también como herramienta de disciplinamiento para sus propios subalternos y asociados."Cuando alguna persona que pertenecía a un cartel enemigo iba a contarle sus actividades y a ofrecerle sus servicios, él la escuchaba y luego la ejecutaba. Estaba convencido de que si era capaz de delatar a sus jefes anteriores, podía delatarlo a él también", cuenta Antía.Tan grande era su impunidad que asesinó a numerosos referentes de importancia en la lucha contra el narcotráfico, como Bernardo Jaramillo OssaLuis Carlos Galán Carlos Pizarro Leongómez, candidatos a presidente para las elecciones de 1990; Enrique Low Murtra y Rodrigo Lara Bonilla, ministros de Justicia; y el comandante de la Policía de Antioquia, Valdemar Franklin Quintero. Además de Guillermo Cano, histórico director de El Espectador, el periódico que más denunció sus delitos. También se deshizo de cientos de jueces, fiscales y policías que pretendieron investigarlo."En Medellín llegaron a ser asesinados mil policías por año -continúa Antía-. En su perversión no le importaba nada. Podía poner una bomba en un colegio o en una autopista. Eso le permitió infundir un terror tal que el Fiscal General de la Nación no se podía acercar a Medellín, y si lo hacía tenía que ser con vehículos blindados".Según las autoridades, Escobar fue responsable directo o indirecto de unos 10.000 asesinatos a lo largo de su vida. Muchos de ellos fueron por encargo, pero otros el resultado de salvajes atentados terroristas. Se calcula que en sus más de 250 ataques con bombas murieron más de 1.000 civiles.El ejemplo más gráfico de su extrema frialdad lo dio el 27 de noviembre de 1989, cuando en plena guerra contra el Estado quiso dar un mensaje asesinando al candidato presidencial César GaviriaDestruyó con una bomba un avión de Avianca en el que creía que viajaba Gaviria. El político decidió a último momento no tomar el vuelo, pero murieron las 110 personas que sí lo abordaron."Otra de sus estrategias -dice Antía- era utilizar como sicarios a menores de edad, ya que en ese momento la legislación no establecía penas para ellos. Con él los jóvenes entraron al mundo del delito".Según informes de inteligencia de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá revelados por El Espectador, Escobar llegó a controlar 25 organizaciones armadas de jóvenes que operaban como sus ejércitos privados.
Pero la mejor manera de comprender el impacto que tuvo Escobar sobre la sociedad colombiana es ver la evolución de la tasa de asesinatos durante su apogeo. "En Medellín llegaron a producirse 450 homicidios cada 100.000 habitantes, lo que quiere decir que por año morían asesinadas hasta 4 mil personas por año. Tras la muerte de Escobar, esas tasas empezaron a caer considerablemente", explica el criminólogo.

INFANCIA DEL PATRON



INFANCIA DEL PATRON              

Hay ciertas características con las que nacemos los seres humanos, pero es el núcleo familiar, la educación y el entorno, lo que define es rumbo que damos a nuestras habilidades y debilidades. En el caso de Pablo Escobar, el narcotraficante más sanguinario y buscado en la historia de Colombia; su ingenio, liderazgo y ambición, se encaminaron por la oscura vereda del mal.

Una madre preocupada
Los padres dejan huella en la vida y personalidad de los hijos, y el caso de Pablo Escobar no es la excepción. A pesar de haber nacido dentro de una familia humilde, Escobar tuvo acceso a la educación, y a diferencia de otros criminales, no tuvo carencias de cariño o guía materna. Su madre, una sencilla maestra, estaba siempre al pendiente de sus hijos, y procuraba darles una formación que les sirviera para salir adelante en el entorno corrompido y difícil en el que les tocó nacer. Consciente de la realidad de sus hijos, les aconsejaba de tal manera que pudieran enfrentar los retos que les esperaban. Así, se dice que su progenitora, encaminó a Escobar a ser fuerte, astuto y escurridizo, por encima de otros valores como la honestidad.
Ambición temprana
En su niñez, el líder del Cartel de Medellín, no podía darse los lujos de las familias acomodadas, pero lejos de detenerlo, éste fue quizá uno de sus principales alicientes para encontrar recursos. Bien fuera lavando coches o haciendo mandados; desde muy joven, Pablo encontró la forma de ganar dinero. Conforme fue creciendo se dio cuenta que a pesar de los riesgos, los negocios ilícitos, le dejaban más dinero, por lo que “cambió de giro” y comenzó con actividades como el robo y venta de exámenes en el colegio.
Los primeros actos en contra de la ley, los cometió desde temprana edad, comenzando por el hurto de lápidas que revendía en el mercado negro; para seguir, años más tarde, con el robo de autos y el lucro con objetos robados.
Escobar tuvo la oportunidad de cursar estudios profesionales, pero para entonces ya conocía lo que para él eran “las mieles” del contrabando, en el que se había a iniciado a pequeña escala traficando cigarrillos, por lo que siguió su vocación delictiva y enfocó “su preparación” para “triunfar” en el mundo criminal.
Visión de negocios
Para cuando Pablo alcanzó la mayoría de edad, ya trabajaba con contrabandistas de alto nivel y, los contactos que fue adquiriendo, le mostraron el camino hacia el tráfico de cocaína; “oficio” que dominó, perfeccionó y transformó, en una organización criminal sin precedentes, ni fronteras, y que le llevó a acarrear su tan deseada fortuna antes de los 25 años de edad

Pablo Escobar: 20 años después de su muerte


El más grande capo de la historia de Colombia fue abatido el 2 de diciembre de 1993
Familiares del capo conmemoraron su muerte y pidieron perdón a sus víctimas.

En el vigésimo aniversario de la muerte de Pablo Escobar, su hermana menor, Luz Marina Escobar, afirmó que el capo colombiano "está vivo todavía para todas las personas que tanto lo odian como lo quieren".

Luz Marina está convencida de que el espíritu del narcotraficante, a quien se le atribuyen al menos 5.000 asesinatos, sigue vivo, en sentido figurado, y advierte que "mucha gente no cree que le mataran".

El extinto narcotraficante, abatido el 2 de diciembre de 1993 por el Bloque de Búsqueda de la Policía, en el tejado de una casa de la ciudad de Medellín, es recordado tanto por sus actos de barbarie, como por sus obras benéficas, hechos por los cuales muchas personas se resisten a creer que aquel hombre que llegó a tener tanto poder, pudiera morir aquella fecha.

Cuenta Luz Marina que incluso su padre, Abel de Jesús Escobar Echeverri, hasta su muerte en 2001, seguía pensando que Pablo "se le iba a aparecer como tantas otras veces que habían dicho que le habían capturado y llegaba luego a tocar la puerta".

La menor de los hermanos Escobar Gaviria afirma que cada semana acude al cementerio Jardines Montesacro a limpiar y arreglar con flores la tumba de su hermano, y es por eso que pregunta: "¿Usted cree que yo iba a botar tiempo de mi vida viniendo a hacerle visita a nadie?".

Durante estos veinte años la familia del capo ha tenido que atravesar dificultades por llevar su apellido. Las amenazas de sus enemigos, el rechazo de parte de la sociedad y la obligación de pasar parte de su vida en el anonimato.

Luz Marina, quien se ha encargado de los actos conmemorativos de la muerte de Escobar, asegura que no deja de querer a su hermano, pero siempre ha pensado que puede hacer algo por las que fueron sus víctimas.


Pablo venerado y odiado
La imagen del Pablo social, que regalaba casas y escenarios deportivos y el Pablo terrorista que hacía estallar bombas en aviones en pleno vuelo, sigue hoy en el imaginario colectivo de los colombianos.

Cuenta Luz Marina Escobar, que en México una señora le contó que tenía la foto de Pablo y la de la Virgen de Guadalupe al lado en altares. 

Los recorridos por los lugares clave en la vida del capo, que llegó a ser el hombre más rico del mundo en 1989 según la revista Forbes, las series de televisión que cuentan su historia y hasta la venta de estatuas de Escobar enfundado en un traje de Robin Hood alimentan el mito que le rodea.

Aun hay quienes paran a los familiares de Escobar por la calle y les cuentan lo agradecidos que están por los parques, canchas y viviendas que el capo mandó construir a principios de los ochenta en barrios populares de Medellín con los recursos que obtenía del narcotraficante.

Muchas de esas personas se acercaron ayer a la tumba del capo, para conmemorar el que sería su cumpleaños número 64. Pablo fue dado de baja un día después de cumplir 44 años de edad.

El presidente Santos reconoció desde Bogotá, en medio de los actos de reconciliación con las víctimas del narcotraficante, que ese negocio ilícito no terminó con el fallecimiento de Escobar y que por el contrario aun queda mucho por hacer.

A pesar de esto, con la muerte de Escobar se puso fin a un periodo sangriento en la historia de Colombia, en el que con bombas y redes sicariales se truncaron las vidas de más de 5 mil personas, cuyas muertes son atribuidas a Pablo Emilio Escobar Gaviria.

De acuerdo con la policía, después de la muerte del capo, han sido capturados 866.526 narcotraficantes, de los que 1.743 han sido extraditados; se han incautado 1.636.615 toneladas de cocaína y derivados, y se han reducido en un 70 % los cultivos ilícitos de hoja de coca.

Por su parte, Juan Sebastián Marroquín, hijo de Pablo Escobar y quien cambió su apellido para poder vivir tranquilo en Argentina, dijo hoy en una entrevista al diario austríaco Die Presse que su padre sigue siendo usado como un "chivo expiatorio", para que políticos, miembros de la fuerza pública y militares, se puedan lavar las manos en diferentes crímenes. "Mi padre asume la culpa de todo, ya que no hace falta seguir hablando ni investigando. Así están todos satisfechos", afirmó.